El Grupo Boedo

El Grupo Boedo o Grupo de Boedo fue un agrupamiento informal de artistas de vanguardia de la Argentina durante la década de 1920. Tradicionalmente, la historiografía cultural argentina lo opuso al Grupo Florida. Recibieron ese nombre porque uno de sus puntos de confluencia era la Editorial Claridad, ubicada en Boedo 837, por entonces eje de uno de los barrios obreros de Buenos Aires. El grupo se caracterizó por su temática social, sus ideas de izquierda y su deseo de vincularse con los sectores populares y en especial con el movimiento obrero.
La Editorial Claridad y la formación del Grupo Boedo  La Editorial Claridad fue fundada el 20 de febrero de 1922 por Antonio Zamora. Zamora era un periodista de ideas socialistas que se había trabajado hasta entonces realizando crónicas del movimiento obrero para el Diario Crítica. Ese año decide crear la editorial, con el fin de orientarla a la edición de literatura popular y contenido social.
Alrededor de la editorial, y hacia 1924 comenzó a reunirse un grupo de escritores y artistas de izquierda, entre los que se destacaron Leónidas Barleta, Nicolás Olivari (también perteneciente al Grupo Florida) y Elías Castelnuovo, a quienes puede considerarse los fundadores.
El Grupo Boedo se caracterizó fundamentalmente por la búsqueda de innovaciones vanguardistas relacionadas con los contenidos, incluyendo las temáticas sociales, obreras y políticas, siempre desde una perspectiva de izquierda, generalmente socialista.
El grupo difundió sus obras a través de las revistas Los Pensadores, Dínamo, Extrema Izquierda y la propia Editorial Claridad de Zamora.
Sus integrantes fueron:
Literatura: Leónidas Barletta, Nicolás Olivari, Elías Castelnuovo, Lorenzo Stanchina, Álvaro Yunque, Roberto Mariani, Raúl González Tuñón, Gustavo (visantino )Riccio, Aristóbulo Echegaray, César Tiempo, este último quien escribió también bajo el pesudónimo de Clara Beter. Roberto Arlt es a veces incluido en el Grupo Boedo, y por sus características pudo serlo, pero él nunca se incluyó en el mismo.
Pintura: José Arato, Adolfo Bellocq, Guillermo Hebécquer y Abraham Vigo.
La tradición suele ubicar al Grupo Florida como opuesto al Grupo de Boedo, aunque los límites entre ambos nunca estuvieron definitivamente marcados. Se atribuye al Grupo Florida una mayor identificación con las elites económicas, mientras que al Grupo Boedo se lo ubica más cerca de los sectores obreros y populares. El Grupo Florida se reunía en el centro, mientras que el Grupo Boedo lo hacía en los suburbios. Aquel daba máxima importancia a los aspectos de renovación de las formas artísticas, mientras el segundo, daba máxima importancia a los contenidos sociales y políticos.
De todas formas, algunos integrantes de ambos grupos se cambiaron de bando con el transcurso del tiempo y Borges llegó a confesar que esta rivalidad no pasaba de ser una broma.


“En enero de 1926, el nº 117 de Los Pensadores publica un editorial titulado ‘Nosotros y ellos’, que implica la más clara definición del grupo de Boedo y debe considerarse como su manifiesto: ‘La cuestión empezó en Florida y Boedo. El nombre o la designación es lo de menos. Tanto ellos como nosotros sabemos que hay algo más profundo que nos divide. Una serie de causas fundamentales fomentaron la división. Excluidos los nombres de calles y personas, quedamos en pie lo mismo, frente a frente, ellos y nosotros. Vamos por caminos completamente distintos en lo que concierne a la orientación literaria; pensamos y sentimos de una manera distinta. Repitamos que ellos carecen de verdaderos ideales. Fuera del presunto ideal de la literatura, no tienen otro ideal. La literatura no es un pasatiempo de barrio o de camorra, es un arte universal cuya misión puede ser profética o evangélica”.
“En agosto de 1926, Jorge Luis Borges afirmaba que ‘demasiado se conversó de Boedo y Florida, escuelas inexistentes”; pero “en 1928, en un artículo publicado en La prensa titulado ‘La inútil discusión de Boedo y Florida’, más allá de sus conclusiones... parece aceptar la existencia de los dos grupos y su polémica.”

“Florida persiguió la renovación puramente artística, en tanto Boedo buscó la transformación social, concibiendo la literatura como un instrumento para lograr esos fines.
Legado de escritores de Boedo...
Si quieren leer algunos textos de los escritores de Boedo...

Nicolás Olivari fue quien convocó a narradores y poetas para integrar ese grupo literario y aunque fue el primero en alejarse, es oportuno que sean sus versos los que inician esta recopilación.

La costurerita que dio aquel mal paso.

“La costurerita que dio aquel mal paso
y lo peor de todo sin necesidad...”
bueno, lo cierto del caso
es que no le ha ido del todo mal.

Tiene un pisito en un barrio apartado,
un collar de perlas y un cucurucho
de bombones; la saluda el encargado
y ese viejo, por cierto, no la molesta mucho.

¡Pobre la costurerita que dio el paso malvado!
Pobre si no lo daba... que aún estaría,
si no tísica del todo, poco le faltaría.

Ríete de los sermones de las solteras viejas;
en la vida, muchacha, no sirven esas consejas,
porque, piensa ¿si te hubieras quedado?

             Nicolás Olivari. De La amada infiel.

Balada de la oficina
Entra. No repares en el sol que dejas en la calle. El sol está caído en la calle como una blanca mancha de cal. Está lamiendo ahora nuestra vereda; esta tarde se irá enfrente. Entra. No repares en el sol. Tienes el domingo para bebértelo todo y golosamente como un vaso de rubia cerveza en una tarde de calor. Hoy, deja el perezoso y contemplativo sol en la calle. Tú, entra. El sol no es serio. Entra. En la calle también está el viento. El viento que corre jugando con los fantasmas. Fantasma él también, pues no se ve con los ojos de la cara, y se le siente. El viento está jugando; ya corriendo una loca carrera por en medio de la calle; ya golpeándose las sienes contra las paredes de las casas; ya deshilándose en las copas de los árboles... f... f... f... f... El viento es juguetón como un recental; esto no es serio. Tú, entra.
Deja en la calle sol, viento, movimiento loco; todo, entra.
¿Qué podrías hacer en la calle? ¿No tienes vergüenza, estúpido sentimental, regodearte con el sol como un anciano blanco, y esqueletoso, y centenario? ¿No te humillas, en tu actual situación de muchacho fornido, dejarte forrar por el viento como una hoja dentro de un remolino?
¡Y la lluvia! No te avergonzaré recordándote que los otros días estuviste tres horas, ¡tres horas!, contemplando tras la vidriera del café, caer y caer y caer, monótonamente, estúpidamente, una larga, monótona y estúpida lluvia. Entra, entra.
Entra; penetra en mi vientre, que no es oscuro, porque, ¡mira cuántos Osram flechan sus luminosos ojos de azufre encendido como pupilas de gata! Penetra en mi carne, y estarás resguardado contra el sol que quema, el viento que golpea, la lluvia que moja y el frío que enferma.
Entra; así tendrás la certeza -que dará paz a tu espíritu, de obtener todos los días pan para la boca de tus pequeñuelos. ¡Tus pequeñuelos, tus hijos, los hijos de tu carne y de tu alma y de la carne y del alma de la compañera que hace contigo el camino! Yo te daré para ellos pan y leche; no temas; mientras tú estés en mi seno y no desgarres las prescripciones que tú sabes; jamás faltará a tus pequeñuelos, ¡los pobres!, ni pan, ni leche, para sus ávidas bocas. Entra; acuérdate de ellos; entra.
Además, cumplirás con tu deber. Tu Deber. ¿Entiendes? El trabajo no deshonra sino que ennoblece. La Vida es un Deber. El hombre ha nacido para trabajar.
Entra; urge trabajar. La vida moderna es complicada como una madeja con la que estuvo jugando un gato joven. Entra; siempre hay trabajo aquí.
No te aburrirás; al contrario, encontrarás con qué matizar tu vida. (Además de que es un Deber.) Entra. Siéntate. Trabaja. Son cuatro horas apenas. Cuatro horas. Pero eso sí; nada de engañifas ni simulaciones ni sofisticaciones. ¡A trabajar! Si tu labor es limpia, exacta y voluntariosa -voluntariosa sobre todo-, los jefes te felicitarán. Tú estás sano; puedes resistir estas cuatro horas. ¿Has visto cómo las has resistido? Ahora vete a almorzar. Y vuelve a hora cabal exacta precisa matemática. ¡Cuidado! Porque si todos se atrasaran se derrumbaría la disciplina y sin disciplina no puede existir nada serio. Otras cuatro horas al día. Nadie se muere trabajando ocho horas diarias. Tú mismo dime: ¿no has estado remando el domingo once o doce horas cansando tus músculos en una labor con el agua que me abstengo de calificar por el ningún rendimiento que se obtiene? ¿Ves tú? ¡Y con inminente peligro de ahogarte! Yo sólo te exijo ocho horas. Y te pago; te visto; te doy de comer. ¡No me lo agradezcas! Yo soy así.
Ahora vete contento. Has cumplido con tu Deber. Ve a tu casa. No te detengas en el camino. Hay que ser serio, honesto, sin vicios. Y vuelve mañana y todos los días durante 25 años; durante los 9.125 días que llegas a mí yo te abriré mi seno de madre; después si no te has muerto tísico te daré la jubilación.
Entonces gozarás del sol y al día siguiente te morirás. ¡Pero habrás cumplido con tu Deber!

                                     Roberto Mariani. Cuentos de la oficina

Delirio materno
-Mama –dijo Mario, ¿le llevo el perrito al doctor Cucaracha?
-No; todavía no, he dicho. Cuando el animalito tenga unos días más entonces se lo llevamos.
-Pero hoy, indicó don Pedro, con estudiada indiferencia- puedo ir a tirar la perrita en la laguna.
-¿No se le puede dejar un par de días a la madre? –saltó doña María.
-Es peor, el animal se acostumbra y después ¿quién la saca? Doña Matilde dice, además, que la Valentina se puede enfermar con tantos cachorros.
¡Oh!, doña Matilde, ésa también es buena...
El hombre se rascó la cabeza y dijo:
-Pero decime un poco: ¿qué vas a hacer con tantos perros?
(De veras; ¿qué ocurrirá el día que los perros sean más buenos que los hombres?)
-Bueno, bueno; entonces mejor s no tener nada. Si son gallinas, vuelta a vuelta se las roban. Cuando uno empieza a agarrarles cariño, entra un sinvergüenza y las pone en la bolsa. Me gustaría encontrarme una noche con uno de esos, cara a cara. ¡Ibas a ver lo que le decía yo!
-Pero, la perrita, ¿para qué la querés? –preguntó don Pedro. –Nadie se queda con las perritas.
Doña María se apresuró a decir:
-El de la orejita manchada se lo prometí al lavandinero; el otro, el que parece una bolita, es para el doctor Cucaracha, y los otros dos hay que dejárselos al pobre animal para que no sufra más. Cuando sean grandes, se le sacan y ya veremos quién se los lleva.
-Pero la perrita –insistió don Pedro- hay que sacársela ahora para que no la sienta. Si o el animal se va a consumir con tanta cría.
Bueno, ¡qué embromar!, hacé lo que quieras. Me gustaría que te mordiera la mano...
Don Pedro, inexorable, se puso el saco y le indicó a doña María.
-Llamala a la Valentina, así sale afuera.
La mujer tomó un plato con comida y salió de la cocina:
-Valentina... vení.. tomá...
La pobre, la cucha y vivaracha como siempre, pasó por encima de sus cachorros temblorosos, con los ojitos casi cerrados y las trompitas húmedas de leche y corrió hacia donde estaba doña María. Miró con desconfianza a Fidel, advirtiéndole con un gruñido que no debía pasar a la cocina, y empezó a husmear en el plato.
Entretanto, don Pedro buscó la perrita y la ocultó dentro de su saco.
Los tres chicos, que observaban la maniobra, preguntaron.
-Papá, ¿podemos ir a la laguna?
Y... vengan.
Valentina barruntaba el aire inquieta. Fue a darle unos lametazos a la cría y pareció no darse cuenta de la falta.
Doña María masculló entre dientes:
-Es un crimen sacarle al pobre animalito.
-Pero, ¿no ves, sonsa, que ni se da cuenta? –replicó don Pedro, aliviado.
Valentina volvió a correr hacia sus peritos que estaban debajo del aparador de la cocina, se puso sobre ellos con las patas abiertas y asomó la cabeza con una expresión de desafío. Los cachorros, al olor de la madre, buscando con afán las ubres, empezaron a mamar minuciosamente. Pero Valentina volvió a ponerse en movimiento y los perritos rodaron entre sus patas, con mimosos gemidos de protesta. La perrita fue primero a olisquear a Fidel que se quedó inmóvil, de una pieza, con una pata en el aire. Y esto a ella le bastó para conocer sus intenciones, aunque carecía del don de la palabra.
(Todos sabemos que a los retratos de Leonardo da Vinci y a los perros solo les falta hablar.)
Luego, Valentina miró con ojos lastimeros a doña María, hizo una instantánea transición, para rascarse con la pata trasera detrás de la oreja, y fue hacia don Pedro. Levantándose sobre las payas y apoyándose en las rodillas del hombre, estiró el cuello. Su hocico fino y trémulo fisgaba el aire que ceñía a don Pedro. Y ladró dos veces, con un ladrido desafinado, roto. Miró otra vez a todos y volvió agitada a oler sus cachorritos. Fidel se creó en el deber de mostrarle su adhesión con un ladrido corto.
Doña María se enfureció.
-Pero, ¿por qué no se van de una vez en lugar de hacer sufrir así a estos animales? ¿Ustedes se creen que los animales son de piedra, que o tienen corazón... eh? ¡Quiera Dios que nunca te saquen un hijo de tu lado!
Entonces don Pedro se puso sombrío y empezó a caminar, seguido de los chicos. Tomaron por el lado de las vías del tren, por un senderito tortuoso entre grandes matas de cicuta. Y uno se daba cuenta de que la tierra, con todo aquello y con uno mismo, le pertenecía en algún modo.
Mario se atrevió a decir:
-Papá, ¿me la dejás llevar un poco?
Y don Pedro, sin responder, abrió su saco y le dio la perrita. Mario apretó el montoncito sedoso y tibio contra su pecho, encajándola en su cuello y cubriéndola con el mentón.
-Papá –preguntó Alberto, en un tono mezclado de interrogación y reproche-. ¿La vas a matar?
-La va a tirar en la laguna -contestó Pedrito por él.
Ya estaban a un paso del charco. Un hornero saltaba en los cuencos que dejaban en el barro las pisadas del caballo. Un renegrido se había asentado impávido en las ancas del animal. Por encima de la triste cabezota del caballo emergía, de un cielo ceniciento, una distante estrella.

                              Leónidas Barletta De Historia de Perros.

Cómo se hizo este libro
La vida
es una sucesión de pequeñeces;
aquilatar el precio de lo íntimo
eso es cosa del Arte.
En este libro
se han detenido los instantes
y las cosas minúsculas,
y se han hecho poemas;
como por esos mundos
se han detenidos los guijarros
y se han formado las montañas.
Gustavo Riccio.
De Un poeta en la ciudad.
La revelación
Veinte años hacía que Segundo Fernández
por la acera de siempre y a tal hora, lo mismo
que si fuese un autómata, caminaba al empleo,
resignado a su vida siempre igual de utensilio.

...Caminaba esa tarde cuando oyó que a su paso
una voz femenina le gritaba a nos niños:
-¡Chicos, pronto al colegio, ya es la hora que pasa
el viejito de luto, pronto, apúrense, chicos!

Y esa tarde -¡esa tarde!- comprendió la tristeza
de su vida monótona; se sintió cual vacío;
trabajó desganado; no comió, pesaroso...
¡Y esa noche en la almohada sollozó como un niño!

                             Álvaro Yunque De Versos de la calle.

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