Los supuestos de simplicidad en Literatura Infantil y Juvenil (pág. 141 a 147) por Teresa Colomer

Hemos hablado de modelos innovadores y más complejos y hemos citado algunos ejemplos de ellos, como la mezcla de realidad y fantasía. Es necesario, sin embargo, precisar cuáles son los supuestos de simplicidad de la narrativa infantil y juvenil, cuáles son los criterios utilizados por los adultos para pensar que un texto es más fácilmente legible que otro para los niños y adolescentes. Aparte de las características destacadas desde la investigación lectora, desde la perspectiva de la literatura  infantil y juvenil se ha intentado revelar qué se considera un texto simple y comprensible a través de dos caminos: el primero ha sido el análisis de las narraciones infantiles y juveniles no canónicas; y, el segundo, el estudio de las simplificaciones efectuadas al adaptar obras de adultos para niños y niñas.En el primer caso, se ha observado que -a diferencia de la solución señalada por la literatura infantil canónica-, la literatura infantil no canónica salva la contradicción entre el destinatario y el destinatario crítico adulto a base de prescindir del segundo. Los autores (o los editores que deciden publicarles) no esperan obtener la aprobación de la crítica y de los medios educativos, no suponen que estos textos vayan a ser recomendados ni considerados como literatura infantil de calidad. Las características de estos libros, pues, pretenden responder estrictamente a lo que se supone que es más sencillo de leer para los lectores infantiles, supuestos que, en cierta manera, comparten con la literatura popular adulta y que les proporcionan un claro éxito de consumo. En este sentido, la crítica literaria ha señalado repetidamente como rasgos propios de una mayor facilidad lectora: un argumento y una caracterización estereotipada de los personajes y situaciones, un refuerzo de la moral y de la estratificación social establecida, una fuerte cohesión del texto y una gran simplicidad del lenguaje.
En el caso de los libros infantiles estas características populares incluyen también aspectos propios. Ray (1982) analizó las obras de E. Blyton para llegar a la conclusión que su retrato de un mundo exclusivamente infantil no sólo ignora a las personas adultas sino que establece una oposición entre dos mundos que se plasma en la narración a través de dos escenarios especiales distintos (niños y adultos se hallan en dos territorios, por ejemplo en la casa y el internado) o en dos tiempos diferentes (un tiempo de vacaciones reservado a los niños, pongamos por caso, y la aparición de los adultos al final de la narración, cuando este tiempo se ha agotado), así como la utilización de un lenguaje deliberadamente cercano al mundo juvenil. La división del mundo en dos partes bien delimitadas permite que los personajes infantiles se sitúen en un espacio liberados momentáneamente de las normas sociales, para volver a ellas más tarde sin ningún tipo de cuestionamiento moral.
La necesidad de textos unívocos, estructuras lineales y temas con una moral diáfana son también los criterios que presiden las adaptaciones simplificadas de obras literarias para niños y niñas, versiones que pueden proceder de obras de adultos (la Odisea, por ejemplo), de obras clásicas del mismo sistema de la literatura infantil (como la ya citada Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas) o incluso de la literatura de tradición oral (como las versiones de cuentos populares de las colecciones de quiosco o de las versiones cinematográficas de Walt Disney).
Este segundo método de análisis a través de las simplificaciones es el adoptado por Shavit para caracterizar los rasgos de sencillez de la literatura infantil. Esta autora contrasta varias obras clásicas con sus versiones para niños y niñas, precisamente para ver qué es lo que, según los adultos, convierte un libro en aceptable para este público. su conclusión es que las restricciones literarias producidas por la definición de un destinatario infantil pueden definirse básicamente como la adscripción a las siguientes características:


a)   El texto debe pertenecer a modelos literarios ya existentes. La tendencia del sistema es loa de aceptar solo lo que es convencional y lo que se considera adecuado y familiar a los niños y niñas. Por ejemplo, en las adaptaciones infantiles de Los viajes de Gulliver, esta obra se convierte en una historia fantástica y de aventuras, modelos que ya existen como tales en la literatura infantil, y, en cambio, se desestima como sátira social y política. Así mismo, los habitantes de Liliput, muy similares a los humanos en la obra original, acentúan su carácter de pequeños seres fantásticos, para potenciar el reclamo del contraste de dimensiones, tema siempre interesante para los lectores infantiles.
b)   El texto debe constituirse a partir de una fuerte integración de los elementos. En las valoraciones habituales de la crítica y en las declaraciones explícitas de muchos autores puede constatarse que la acción de la trama se considera los más importante en las narraciones infantiles y juveniles. Como dicen Bawden (1980), el texto tiene que tener una "fuerte línea narrativa". También Shavit lo señala en su análisis de las adaptaciones de obras, ya que una de las principales operaciones es la de acortar textos y, lógicamente, todo lo que se elimina es lo que se considera secundario: los párrafos que no resultan imprescindibles para seguir el argumento, los comentarios del narrador sobre la historia, las disertaciones, etcétera. Sin embargo, cabe destacar que esta acción puede entorpecer la comprensión de la historia, ya que el texto resultante debe dar más información con menos elementos y a menudo, por tanto, deben manipularse también los elementos no suprimidos.
c)    el texto debe presentar una complejidad y sofisticación mínimas. en contraste con la valoración positiva de la complejidad por parte de la norma canónica adulta, la literatura infantil hace prevalecer el criterio de la simplicidad. La simplicidad determina los temas, la caracterización de los personajes y las estructuras narrativas permisibles. En la adaptación de textos se eliminan la parodia y los momentos de distanciamiento e ironía, se separan los niveles de realidad y fantasía, se precisa la conducta de los personajes sin dejar lugar para la ambigüedad, se clarifican los desenlaces abiertos, etcétera. este es el proceso que sigue Carroll, por ejemplo, en la versión infantil de Alicia que hemos citado anteriormente.
d)   Los valores preconizados y la moral subyacente deben ajustarse a propósitos educativos e ideológicos concordantes con las normas sociales predominantes. La idea de que la literatura sirve como instrumento didáctico para difundir valores inequívocos es aún muy poderosa hoy en día. en las adaptaciones de obras de adultos puede verse que a menudo llega a cambiarse el sentido completo del texto original para ponerlo al servicio de propósitos educativos acordes con la época. Las sucesivas adaptaciones del mito de Robinson Crusoe constituyen un ejemplo bien claro de este tipo de alteración a lo largo del tiempo.
e)   el lenguaje debe ser simple. en la literatura canónica adulta la elaboración del lenguaje es valorada per se, en cambio, lo que se exige en la literatura infantil es una elaboración asociada al concepto didáctico de incrementar el conocimiento lingüístico de los lectores, especialmente en lo referente a la adquisición de vocabulario. esta elaboración léxica tiene que compaginarse, sin embargo, con una gran sencillez, a menudo ejercida en los restantes niveles lingüísticos, dirigida a la facilidad de comprensión. Al igual que los aspectos anteriores, la simplificación del nivel lingüístico puede constatarse también en los cambios realizados en las obras adaptadas.


¿Un nuevo lector implícito?

          Si la literatura infantil y juvenil se define en función de su destinatario y los libros infantiles reflejan los presupuestos sociales sobre estos destinatarios, se tratará ahora de analizar un corpus significativo de narraciones canónicas dirigidas a los niños, niñas y adolescentes de nuestro país durante los últimos años, para ver si reflejan una nueva configuración del lector implícito que haya provocado la vulneración de los supuestos de simplicidad que acabamos de enumerar y haya conducido a la creación de nuevos modelos de literatura infantil y juvenil.


Definición del destinatario actual de la literatura infantil y juvenil en nuestro país.

          El destinatario de la literatura infantil y juvenil de calidad puede definirse, en primer lugar, como un lector niño, niña o adolescente que aprende socialmente y a quien se dirigen textos que intentan favorecer su educación social a través de una propuesta de valores, de modelos de relación social y de interpretación ordenada del mundo. Y, en segundo lugar, como un lector infantil o adolescente que aprende una forma cultural codificada -la literatura-, y a quien se dirigen unos textos que traspasan unas formas fijadas del imaginario, unas formas narrativas con tradición de uso literario, una valoración estética del mundo y un uso especial del lenguaje.
          La literatura infantil y juvenil de cada período concreta esta idea general del destinatario en un marco cultural determinado. el punto del cual partimos es la idea de que, desde finales de la década de los setenta, la literatura infantil y juvenil ha experimentado un enorme impulso innovador para adecuarse a las características de su público actual, características que permiten definir al lector implícito a quien se dirigen ahora las obras a través de los siguientes rasgos:

a)   Un lector propio de las sociedades actuales, a quien se destinan textos que reflejan los cambios sociológicos y los presupuestos axiológicos y educativos de nuestra sociedad posindustrial y democrática. Ello permite esperar cambios importantes con respecto a la narrativa anterior en los criterios de los autores sobre lo que es adecuado y pertinente en los temas que abordan las narraciones, la descripción del mundo que ofrecen y los valores que proponen.
b)   Un lector integrado en la sociedad alfabetizada con un sistema educativo generalizado, a quien se dirigen textos creados como literatura para ser leída. De este modo, parece esperable que las obras utilicen recursos más propios de un texto de un texto escrito que de una narración oral y que este fenómeno haya favorecido la renovación de los modelos literarios al permitir una mayor permeabilidad con respecto a la literatura de adultos, literatura que ha seguido principalmente la transmisión escrita desde una época muy anterior.
c)    Un lector familiarizado con los sistemas audiovisuales desarrollados en nuestras sociedades durante las últimas décadas. Cabe suponer, pues, que la narrativa para niños y adolescentes habrá incorporado nuevos recursos procedentes de estos medios y que contará con hábitos narrativos allí adquiridos, tales como la competencia en la lectura de la imagen o la costumbre de enfrentar unidades informativas muy breves.
d)   Un lector que se incorpora a las corrientes literarias actuales, a quien se dirigen textos que siguen las formas literarias vigentes en el conjunto del sistema literario, modernización que podría incluso haberse producido en forma más acelerada que en otros momentos históricos por diversas causas antes aludidas, tales como la presión del mercado o la caracterización posmoderna de la cultura actual.
e)   si bien los puntos anteriores convergen en la creación de una nueva configuración de los modelos canónicos de la literatura infantil y juvenil, es preciso indicar que, secundariamente, debe pensarse en el lector de una literatura, la de su país, que ha recuperado "tiempo cultural" de un modo reciente a través de una política activa de traducciones, lo cual tendría que dibujar un período excepcionalmente rico en la variedad de los modelos ofrecidos.
f)     Un lector que aumenta en edad, que amplía progresivamente sus posibilidades de comprensión del mundo y del texto escrito y a quien, por lo tanto, se dirigen unos textos que deberían diferenciarse según las características psicológicas de la edad y según la complejidad de las exigencias de lectura. Si bien podría pensarse que esta definición forma parte de los rasgos generales del destinatario infantil y juvenil, la estratificación por edades de los libros es un fenómeno producido como tal durante las últimas décadas, fruto, tanto de su relación con el sistema escolar, como de las necesidades comerciales, y, por lo tanto, consideramos que es necesario señalarlo como una constricción de la narrativa más reciente. Puede esperarse, entonces, que existan fórmulas literarias más homogéneas en el interior de cada uno de los grupos de edad a los que se destinan los libros.

Se tratará, pues, en primer lugar, de analizar las narraciones canónicas actuales para ver si es cierto que la literatura infantil y juvenil actual responde a este lector implícito. Ciertamente, la modernización producida en España a partir del establecimiento democrático ha implicado la difusión de nuevos valores y de nuevas formas de transmisión educativa, cambios sociológicos importantes en las formas de vida y un desarrollo sin precedentes de los libros para niños y adolescentes. Todos estos factores parecen conducir a la necesidad de modelos literarios diversificados. Lógicamente esta innovación debería afectar a niveles narrativos muy distintos y deberían apartar la narrativa canónica actual de los supuestos básicos de simplicidad antes establecidos. concretamente, podría esperarse que se hubieran producido los cambios que se enumerarán a continuación, que podrían estar reflejados en los aspectos narrativos que se especifican y que serían los que se sistematizarán en una pauta de análisis de la narrativa actual.

a)   La configuración de nuevos modelos literarios condicionados por los siguientes factores: por la psicologización de nuestra cultura y, especialmente, por los modelos al respecto desarrollados por la literatura de adultos durante el presente siglo; por la necesidad de reflejar las formas de vida y los problemas sociales propios de la sociedad occidental actual; por la creación de nuevos tipos  de libros infantiles y juveniles dirigidos a las distintas franjas de edad; por la relación con las literaturas no canónicas adultas; por la relación con las formas narrativas de la imagen, etcétera. La concurrencia de estos factores debería plasmarse en innovaciones situadas en los temas tratados, el tipo de imaginario, los personajes, el escenario narrativo o la incorporación de recursos no verbales.
b)   La adopción de valores morales propios de una sociedad altamente industrializada, supuestos englobables en el concepto de "pedagogía invisible" como forma de transmisión de las normas de conducta y que implicarían una nueva propuesta moral basada en la verbalización de los problemas, la negociación de los conflictos, la adaptación personal a los cambios externos, la jerarquía no posicional, la autoridad consensuada, la imaginación creativa o la anulación de determinadas fronteras entre el mundo infantil y el adulto.
c)    La ruptura de la integración del texto a partir de la vigencia de un modelo cultural caracterizado como "posmoderno", de la irrupción de la imagen en el texto y de la consideración de los hábitos narrativos del mundo audiovisual, factores que habrían determinado el auge de recursos que fragmentan el texto y escapan a modelos bien delimitados tales como: la inclusión de tipos textuales variados, la mezcla de géneros literarios, la autonomía de las secuencias narrativas y la presencia de elementos no verbales.
d)   El aumento de la complejidad narrativa a partir de un proceso de innovación acelerado que habría requerido una mayor complejidad de los elementos que configuran el discurso narrativo y que, por tanto, deberían haberlo apartado de los supuestos básicos de una estructura simple, un punto de vista omnisciente, una voz narrativa ulterior y un desarrollo temporal lineal.
e)   El aumento de la complejidad interpretativa, el autor puede buscarse en la alusión a referencias culturales compartidas, la adopción de ya que el mismo contexto anterior debería haber llevado a la utilización de características que atentarían contra la definición tradicional del lector infantil, tales como la necesidad de textos con un sentido unívoco y con un control narrativo muy enfatizado por parte del emisor adulto. al mismo tiempo debería haberse producido una ruptura de la ilusión realista a través de la cesión al destinatario de un papel explícito en la construcción del relato. La idea de un lector más activo en el establecimiento de complicidades con diferentes formas de distanciamiento y la aceptación de significados ambiguos.
f)     La configuración de la narrativa infantil y juvenil como una literatura escrita. La idea implícita de un destinatario que lee tendría que traducirse en la presencia, o en el uso más abundante, de recursos imposibles en un texto destinado a ser relatado o leído en voz alta por el adulto, recursos tales como la integración de la imagen en el discurso narrativo, la creación de determinados tipos de imaginarios como el del juego con las convenciones narrativas o gráficas y el de los sueños, así como otros fenómenos convergentes con algunos de los apartados anteriores, como una mayor complejidad del discurso, la participación del destinatario en la construcción narrativa o la distancia compartida por el autor y el lector en relación a la obra.

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