En
todos estos relatos,
«el Maestro» no
es siempre la
misma persona. Es
al mismo tiempo un
«gurú» hindú, un
«roshi» zen, un
sabio taoísta, un
rabino judío, un
monje cristiano, un místico sufí. . . Es Lao Tse y Sócrates, Buda y
Jesús, Zaratustra y Mahoma. . Su enseñanza se encuentra en el siglo VIl antes
de Cristo y en nuestro propio siglo XX. . . Su sabiduría pertenece por igual al Este
y al Oeste. . . Probablemente el
lenguaje del Maestro
resulte misterioso, exasperante
y hasta completamente absurdo para el lector. Estos
relatos no han sido escritos para instruir, sino para «despertar». A medida que
el lector vaya leyendo las páginas
impresas y se debata con el críptico lenguaje del Maestro, es posible
que, sin darse
cuenta, descubra casualmente
la silenciosa enseñanza
que se esconde en ellas. . . y se descubra a sí
mismo despierto. . . y transformado. Esto es lo
que la Sabiduría pretende: que cambiemos sin ningún esfuerzo por nuestra
parte; que resultemos transformados, lo
creamos o no,
por el simple
hecho de despertar
a la realidad que no son las palabras y que queda
fuera del alcance de las palabras.
Autentico Milagro
Un hombre se presentó a un maestro y le dijo:
-Mi anterior maestro ha muerto. Él era un
hombre santo capaz de hacer muchos
milagros. ¿Qué milagros eres tú capaz de realizar?
-Yo cuando como, como; cuando duermo, duermo
-contestó el maestro.
-Pero eso no es ningún milagro, yo también
como y duermo.
-No. Cuando tú comes, piensas en mil cosas;
cuando duermes, fantaseas y sueñas. Yo
sólo como y duermo. Ese es mi milagro.
Buscando donde no hay nada
Una noche, un hombre que regresaba a su casa
encontró a un vecino debajo de una
farola buscando algo afanosamente.-¿Qué te ocurre? -preguntó el recién
llegado. -He perdido mi llave y no puedo entrar en casa -contestó éste.-Yo te
ayudaré a buscarla. Al cabo de un rato de buscar ambos concienzudamente por los
alrededores de la farola, el buen vecino
preguntó:-¿Estás seguro de haber perdido la llave aquí? -No, perdí la llave
allí -contestó el aludido, señalando hacia un oscuro rincón de la calle. -Entonces, ¿qué haces buscándola debajo de
esta farola?-Es que aquí hay más luz.
La historia del zapatero
Dios tomó forma de mendigo y bajó al pueblo,
buscó la casa del zapatero y le dijo: Hermano, soy muy pobre, no tengo una sola
moneda en la bolsa y éstas son mis únicas sandalias, están rotas, si tu me
haces el favor. El zapatero le dijo, estoy cansado de que todos vengan a pedir
y nadie a dar. El Señor le dijo, yo puedo darte lo que tú necesitas. El
zapatero desconfiado viendo un mendigo le preguntó. ¿Tú podrías darme el millón
de dólares que necesito para ser feliz? El Señor le dijo: yo puedo darte diez
veces más que eso, pero a cambio de algo. El zapatero preguntó ¿a cambió de
qué? A cambio de tus piernas. El zapatero respondió para qué quiero diez
millones de dólares si no puedo caminar. Entonces el Señor le dijo, bueno,
puedo darte cien millones de dólares a cambio de tus brazos. El zapatero
respondió ¿para qué quiero yo cien millones de dólares si ni siquiera puedo
comer solo? Entonces el Señor le dijo, bueno, puedo darte mil millones de
dólares a cambio de tus ojos. El zapatero pensó poco ¿para qué quiero mil
millones de dólares si no voy a poder ver a mi mujer, a mis hijos, a mis
amigos? Entonces el Señor le dijo: ¡Ah, hermano! Qué fortuna tienes y no te das
cuenta.
Facundo Cabral
Era un venerable maestro. En sus ojos había
un reconfortante destello de paz permanente. Sólo tenía un discípulo, al que
paulatinamente iba impartiendo la enseñanza mística. El cielo se había teñido
de una hermosa tonalidad de naranja-oro, cuando el maestro se dirigió al
discípulo y le ordenó:
-Querido mío, mi muy querido, acércate al
cementerio y, una vez allí, con toda la fuerza de tus pulmones, comienza a
gritar toda clase de halagos a los muertos.
El discípulo caminó hasta un cementerio
cercano. El silencio era sobrecogedor. Quebró la apacible atmósfera del lugar
gritando toda clase de elogios a los muertos. Después regresó junto a su
maestro.
-¿Qué te respondieron los muertos? -preguntó
el maestro.
-Nada dijeron.
-En ese caso, mi muy querido amigo, vuelve al
cementerio y lanza toda suerte de insultos a los muertos.
El discípulo regresó hasta el silente
cementerio. A pleno pulmón, comenzó a soltar toda clase de improperios contra
los muertos. Después de unos minutos, volvió junto al maestro, que le preguntó
al instante:
-¿Qué te han respondido los muertos?
-De nuevo nada dijeron -repuso el discípulo.
Y el maestro concluyó:
-Así debes ser tú: indiferente, como un
muerto, a los halagos y a los insultos de los otros.
Tus hijos no son tus hijos
Tus hijos no son tus hijos, son hijos e hijas
de la vida deseosa de si misma. No vienen de ti, sino a través de ti y aunque
estén contigo no te pertenecen. Puedes darles tu amor, pero no tus
pensamientos, pues, ellos tienen sus propios pensamientos.
Puedes abrigar sus cuerpos, pero no sus
almas, porque ellas, viven en la casa del mañana, que no puedes visitar ni
siquiera en sueños. Puedes esforzarte en ser como ellos, pero no procures
hacerlos semejantes a ti porque la vida no retrocede, ni se detiene en el ayer.
Tú eres el arco del cual, tus hijos como flechas vivas son lanzados.
Deja que la inclinación en tu mano de arquero
sea para la felicidad.
Khalil Gibran
El Mercader de Camellos
Un mercader de camellos, un árabe que
atravesaba el desierto del Sahara, acampó para pasar la noche. Los esclavos
levantaron tiendas y clavaron estacas en el suelo para atar a ellas los
camellos.
- Hay sólo diecinueve estacas y tenemos
veinte camellos; ¿cómo atamos el vigésimo camello? -le preguntó un esclavo al
amo.
- Estos camellos son animales tontos. Hagan
los movimientos como para atar al camello y permanecerá quieto toda la noche.
Eso hicieron, y el animal se quedó quieto
allí, convencido que estaba atado.
A la mañana siguiente, al levantar campamento
y prepararse para continuar el viaje, el mismo esclavo se quejó al amo de que
todos los camellos lo seguían, excepto aquél, que se rehusaba a moverse.
- Se olvidaron de desatarlo -dijo el amo.
Y el esclavo realizó entonces los movimientos
como si lo desatara…
Ésa es una imagen de la condición humana.
Estamos atados a cosas que no existen; tenemos miedo de cosas que no son…La
gente a veces se pregunta: «¿Qué hago para ser feliz?»
Anthony de
Mello
Afilar el Hacha
En cierta ocasión, un joven llegó a un campo
de leñadores con el propósito de obtener trabajo. Habló con el responsable y
éste, al ver el aspecto y la fortaleza de aquel joven, lo aceptó sin pensárselo
y le dijo que podía empezar al días siguiente.
Durante su primer día en la montaña trabajó
duramente y cortó muchos árboles.
El segundo día trabajó tanto como el primero,
pero su producción fue escasamente la mitad del primer día. El tercer día se
propuso mejorar su producción. Desde el primer momento golpeaba el hacha con
toda su furia contra los árboles. Aun así, los resultados fueron nulos.
Cuando el leñador jefe se dio cuenta del
escaso rendimiento del joven leñador, le preguntó:
-¿Cuándo fue la última vez que afilaste tu
hacha?
El joven respondió:
-Realmente, no he tenido tiempo... He estado
demasiado ocupado cortando árboles...
El Egoísmo y la Solidaridad
En un reino del Lejano Oriente se encontraban
dos amigos que tenían la curiosidad y el deseo de saber sobre el Bien y el Mal.
Un día se acercaron a la cabaña de un maestro ZEN para hacerle algunas
preguntas. Una vez dentro, le preguntaron:
-¿Qué diferencia hay entre la solidaridad y
el egoísmo?
El maestro contestó:
Veo una montaña de arroz recién cocido,
todavía sale humo. Alrededor hay muchas personas con hambre. Los palos que
utilizan para comer son más largos que sus brazos; por eso cuando toman el
arroz, no pueden hacerlo llegar a sus bocas. La ansiedad y la frustración son
cada vez mayores...
El sabio prosiguió:
-Veo también otra montaña de arroz recién
cocido, todavía sale humo. Alrededor hay muchas personas con hambre. Los palos
que utilizan también son más largos que sus brazos; sin embargo, están alegres
y sonríen con satisfacción: han resuelto el inconveniente, dándose a comer unos
a otros...
Las Llaves de la Felicidad
En una oscura y oculta dimensión del Universo
se encontraban reunidos todos los grandes dioses de la antigüedad dispuestos a
gastarle una gran broma al ser humano. En realidad, era la broma más importante
de la vida sobre la Tierra.
Para llevar a cabo la gran broma, antes que
nada, determinaron cuál sería el lugar que a los seres humanos les costaría más
llegar. Una vez averiguado, depositarían allí las llaves de la felicidad.
-Las esconderemos en las profundidades de los
océanos -decía uno de ellos-.
-Ni hablar -advirtió otro-. El ser humano
avanzará en sus ingenios científicos y será capaz de encontrarlas sin problema.
-Podríamos esconderlas en el más profundo de
los volcanes -dijo otro de los presentes-.
-No -replicó otro-. Igual que sería capaz de
dominar las aguas, también sería capaz de dominar el fuego y las montañas.
-¿Y por qué no bajo las rocas más profundas y
sólidas de la tierra? -dijo otro-.
-De ninguna manera -replicó un compañero-. No
pasarán unos cuantos miles de años que el hombre podrá sondear los subsuelos y
extraer todas las piedras y metales preciosos que desee.
-¡Ya lo tengo! -dijo uno que hasta entonces
no había dicho nada-. Esconderemos las llaves en las nubes más altas del cielo.
-Tonterías -replicó otro de los presentes-.
Todos sabemos que los humanos no tardarán mucho en volar. Al poco tiempo
encontrarían las llaves de la Felicidad.
Un gran silencio se hizo en aquella reunión
de dioses. Uno de los que destacaba por ser el más ingenioso, dijo con alegría
y solemnidad:
-Esconderemos las llaves de la Felicidad en
un lugar en que el hombre, por más que busque, tardará mucho, mucho tiempo de
suponer o imaginar...
-¿Dónde?, ¿dónde?, ¿dónde? -preguntaban con
insistencia y ansiosa curiosidad los que conocían la brillantez y lucidez de
aquel dios-.
-El lugar del Universo que el hombre tardará
más en mirar y en consecuencia tardará más en encontrar es: en el interior de
su corazón.
Todos estuvieron de acuerdo. Concluyó la
reunión de dioses. Las llaves de la Felicidad se esconderían dentro del corazón
de cada hombre.
Los Ciegos y el Elefante
Una vez
llegó un elefante a una ciudad poblada por ciegos. En esa ciudad se ignoraba
qué y cómo era ese extraño y enorme animal, así que decidieron llamar a los más
eruditos entre ellos para que elevaran un dictamen. El primero se acercó al
animal y palpó concienzudamente sus patas. Al rato sentenció:
-Amigos, no
hay duda. Un elefante es como una columna.
El segundo
de ellos también se acercó al paquidermo y tocó a fondo sus orejas.
-Temo
comunicaros que mi colega se ha equivocado. Un elefante es un gran abanico
doble – dijo el segundo. El tercero, en cambio, centró su inspección en la
trompa.
-Debo decir
– proclamó – que mis dos colegas han errado en su apreciación. Es evidente que
un elefante es como una gruesa soga. De este modo cada erudito captó su propio
grupo de defensores y detractores, iniciándose una polémica que hizo que
llegaran a las manos. En eso llegó al pueblo un hombre que veía perfectamente,
y ante aquella confusión preguntó el motivo de la disputa. Desordenadamente,
cada grupo volvió a defender su opinión sobre lo que en verdad era un elefante.
Oídos a todos, el hombre que veía trató de sacarles de su error explicando que
cada erudito sólo había percibido una parte del elefante, por lo que les
describió cómo era en realidad el animal. Pero los ciegos creyeron que aquel
hombre estaba loco. Lo expulsaron de su poblado, y continuaron por los siglos
debatiendo entre ellos sobre lo que creían debía ser un elefante.
El erudito y el sabio
En cierta ocasión, un hombre de gran
erudición, fue a visitar a un anciano que estaba considerado como un sabio.
Llevaba la intención de declararse discípulo suyo y aprender de su
conocimiento. Cuando llegó a su presencia, manifestó sus pretensiones pero no
pudo evitar mencionar que él mismo era un erudito, opinando y sentenciando
sobre cualquier tema a la menor ocasión que tenía oportunidad. En un momento de
la visita, el sabio lo invitó a tomar una taza de té. El erudito aceptó,
aprovechando para hacer un breve discurso sobre los beneficios del té, sus
distintas clases, métodos de cultivo y producción. Cuando la humeante tetera
llegó a la mesa, el sabio empezó a servir el té sobre la taza de su invitado.
Inmediatamente, la taza comenzó a rebosar, pero el sabio continuaba vertiendo
té impasiblemente, derramándose ya el líquido sobre el suelo.
-¿Qué haces insensato? – clamó el erudito -.
¿No ves que la taza ya está llena?
-Ilustro esta situación – contestó el sabio
-. Tú, al igual que la taza, estás ya lleno de tus propias creencias y
opiniones. ¿De qué te serviría que yo tratara de enseñarte nada?
La Naturaleza de la mente
Se trataba de un hombre que llevaba muchas
horas viajando a pie y estaba realmente cansado y sudoroso bajo el implacable
sol de la India. Extenuado y sin poder dar un paso más, se echó a descansar
bajo un frondoso árbol. El suelo estaba duro y el hombre pensó en lo agradable
que sería disponer de una cama. Resulta que aquél era un árbol celestial de los
que conceden los deseos de los pensamientos y los hacen realidad. Así es que al
punto apareció una confortable cama.
El hombre se echó sobre ella y estaba
disfrutando en el mullido lecho cuando pensó en lo placentero que resultaría
que una joven le diera masaje en sus fatigadas piernas. Al momento apareció una
bellísima joven que comenzó a procurarle un delicioso masaje. Bien descansado,
sintió hambre y pensó en qué grato sería poder degustar una sabrosa y opípara
comida. En el acto aparecieron ante él los más suculentos manjares. El hombre
comió hasta saciarse y se sentía muy dichoso. De repente le asaltó un
pensamiento: “¡Qué pasaría si ahora apareciese un tigre!” Apareció un tigre y
lo devoró.
Las Dos Vasijas
Un cargador de agua de la India tenía dos
grandes vasijas que colgaba a los extremos de un palo y que llevaba encima de
los hombros. Una de las vasijas tenía varias grietas, mientras que la otra era
perfecta y conservaba toda el agua al final del largo camino a pie, desde el
arroyo hasta la casa de su patrón, pero cuando llegaba, la vasija rota sólo
tenía la mitad del agua. Durante dos
años completos esto fue así diariamente, desde luego la vasija perfecta estaba
muy orgullosa de sus logros, pues se sabía perfecta para los fines para los que
fue creada. Pero la pobre vasija agrietada estaba muy avergonzada de su propia
imperfección y se sentía miserable porque sólo podía hacer la mitad de todo lo
que se suponía que era su obligación. Después de dos años, la tinaja quebrada
le habló al aguador diciéndole:
- "Estoy avergonzada y me quiero
disculpar contigo porque debido a mis grietas sólo puedes entregar la mitad de
mi carga y sólo obtienes la mitad del valor que deberías recibir”.
El aguador, apesadumbrado, le dijo
compasivamente:
-
"Cuando regresemos a la casa quiero que notes las bellísimas flores que
crecen a lo largo del camino."
Así lo hizo la tinaja. Y en efecto vio muchas
flores hermosas a lo largo del camino, pero de todos modos se sintió apenada
porque al final, sólo quedaba dentro de sí la mitad del agua que debía llevar.
El aguador le dijo, entonces:
- "¿Te diste cuenta de que las flores
sólo crecen en tu lado del camino? Siempre he sabido de tus grietas y busqué el
lado positivo de ello. Sembré semillas a lo largo del camino y todos los días
las has regado; si no fueras exactamente
como eres, hasta con tus defectos, no hubiera sido posible crear esta
bellezas".
La Mujer a la Orilla del Río
Se encontraba una joven mujer a la orilla de
un río que deseaba cruzar, pero las aguas eran muy caudalosas. Ella tenía
urgencia de pasar, para ver a su madre.
De repente, dos monjes pasaron por el lugar y
ella les imploró que la ayudaran a pasar, explicándoles su problema. Uno de los
monjes le dijo que no podían tener contacto con ella porque habían hecho votos.
En cambio, el otro monje, sin dudarlo, la subió sobre sus hombros y con grandes
dificultades, la cargó hasta la otra orilla.
Los monjes siguieron caminando, pero el que
no quiso ayudarla iba muy molesto y de vez en cuando le increpaba al otro que
había roto sus votos. Hasta que el buen monje le dijo:
-Yo la ayudé y cargué sólo hasta la otra
orilla, en cambio tú, continúas cargándola en tu mente.
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