POR IVANNA SOTO
Son los padres quienes compran y leen primero los libros orientados a niños, una disciplina que no tiene ni una cátedra en la Universidad de Letras pero varios estantes en las librerías. Entonces, ¿se trata de literatura infantil o literatura “a secas”? En un encuentro a propósito de la presentación de Torre de Papel y Zona Libre 2011, dos colecciones de la editorial Norma destinadas a un público infantil, autores y especialistas buscaron delimitar sus alcances y plantear preguntas acerca del papel de la crítica, su función pedagógica y su rango como producto cultural.
En principio, la llamada literatura infantil o juvenil no existió hasta el siglo XIX simplemente porque no se entendía la infancia como un período diferenciado. Entonces, la literatura a la que accedían los niños era la misma que estaba destinada a un público adulto, pero era pasible de tantas lecturas e implicaciones políticas, morales y religiosas como lectores se encontraran con ella. “Las obras tienen que ser para todos, no tiene que haber dos literaturas”, dictaminó en el inicio el chaqueño Gustavo Roldán, autor de El último dragón, cuyo protagonista adopta como padre a un sapo. “Me crié en el monte escuchando historias y no había una diferencia: si había un grande, era para grandes, si había un chico, era para chicos”, señaló.
A pesar de su entusiasmo, conoce que las clasificaciones en la actualidad no funcionan de ese modo y son escasas las situaciones en las que se eleva la literatura infantil a un producto cultural del mismo rango que la Literatura en general: se niega su calidad y se la toma como una adaptación de menor nivel de las creaciones adultas a la mentalidad y experiencia del niño.
Así lo entiende la academia, que excluye a la literatura orientada a niños del programa de las cátedras que abordan a la literatura en general, relegándola a seminarios aislados y específicos. Mirta Gloria Fernández, egresada de la carrera de Letras de la UBA y docente del Seminario de Literatura Infantil en la misma facultad, puede dar fe de ello, y va más allá: “Tampoco se institucionaliza la crítica en la literatura infantil, y esto supone una paradoja: porque al no haber crítica negativa hay más libertad por parte de los escritores. Sin embargo, el hecho de que no haya meta-discursos circulando alrededor de los montones de obras que se editan, no implica que la literatura infantil esté en los márgenes del capitalismo, sino al contrario: es el género que más vende”.
Martín Blasco, autor de El bastón de plata, una novela histórica ambientada en la España islámica, cree dar en la diferencia: “La única condición real de la literatura infantil y juvenil no es que está dirigida a los jóvenes, sino que tiene que tener en cuenta que el lector que la va a agarrar no tiene una cultura previa”, explicó. “La edad no es criterio de diferenciación”, opinó Fernández, que añadió que la literatura infantil no se trata de un subgénero sino que se podría pensar como un macro-género, en la medida que en su interior se despliegan distintos géneros, como la ciencia ficción, la poesía, los clásicos ilustrados, entre otros.
“A la hora de escribir, el género define la escritura, porque cuando trabajás en un libro para adultos lo hacés de manera distinta que cuando está dirigido a chicos. Una vez que tengo definido el público, trabajo dentro de los límites que produce el género en cuestión”, comentó Sergio Olguín, autor de Cómo cocinar un plato volador, una historia sobre el encuentro entre un padre separado y su hijo. “Tanto mis novelas juveniles como de adultos son de género policial. En este caso la ciencia ficción es una excusa, podría haber sido el género fantástico o incluso un cuento maravilloso, pero tenía ganas de trabajar algo distinto de lo que me permito hacer cuando escribo literatura para adultos”, agregó.
¿Hay temas para los lectores niños? No según Roldán: “Todos los temas son para el público infantil, especialmente los grandes. A los chicos les interesan las temáticas más fundamentales que les interesan a los grandes, no los temas tontos”. Pero no sólo los niños son lectores de estos libros. Para Mirta Fernández, la literatura infantil cuenta con un doble receptor: los padres y los chicos. “Lo que deseamos la mayor parte de los adultos es que los niños lean. Pero, ¿coincide el deseo infantil con la propuesta adulta? Los niños leen, en gran parte, desde un horizonte ajeno a los afanes disciplinantes, ya que aún no están presos de arengas mitigadoras, ni de discursos políticamente correctos”, señaló.
Pero el lector adulto, según su opinión especializada, “es resultado de una operación que pregona la subalteridad de la literatura con respecto a la ética, la moral o la ideología”, donde las instituciones que seleccionan las obras cobran importancia. A lo largo del tiempo, fueron sucediéndose distintas representaciones uniformizantes de la infancia que cambiaban según los condicionamientos de cada época; y la literatura infantil, que está asociada a las categorías de la infancia y los avatares políticos y económicos, fue adaptándose.
“La escuela es la que determina cómo es la literatura infantil de cada tiempo y está asociada a lo que la sociedad necesita que se construya como idea de infancia. El riesgo siempre en este campo es que queda la finalidad pedagógica demasiado al descubierto; el libro de literatura infantil suele adolecer de un discurso ejemplificador”, remarcó Fernández. Roldán compartió la posición, y señaló: “Hay demasiados educadores –los padres, la policía, la escuela y las iglesias–; la función de la literatura es cualquier cosa menos esa. Que de paso también educa, sí, pero esa no es su función”.
En la actualidad, la literatura infantil como domesticadora del niño está más vigente que nunca según Fernández. “El niño hoy está más condicionado que antes por lo que el adulto quiere que él sea –explicó; con el advenimiento de las nuevas tecnologías, su espacio de imaginación está más invadido y censurado, y ya no le queda lugar para la creación propia” –sentenció. “Toda literatura siempre va a tener una ética, dado que siempre va a estar allí el valor apreciativo de un sujeto, pero la literatura infantil debería cuidarse de quedar pegada a determinados valores. El mensaje estético no debe estar soslayado por un mensaje moral o ideológico; la obra debe ser polisémica”.
Ni subgénero ni género menor, a modo de conclusión el encuentro arribó a la certeza de que “la literatura infantil –en palabras de Fernández – no es literaturita”.
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