El poeta Jorge Allen tuvo su primera novia a la edad de doce
años. Guarden las personas mayores sus sonrisas condescendientes. Porque en la
vida de un hombre hay pocas cosas más serias que su amor inaugural.
Por cierto, los mercaderes, los
Refutadores de Leyendas y los aplicadores de inyecciones parecen opinar en
forma diferente y resaltan en sus discursos la importancia del automóvil, la
higiene, las tarjetas de crédito y las comunicaciones instantáneas. El
pensamiento de estas gentes no debe preocuparnos. Después de todo han venido al
mundo con propósitos tan diferentes de los nuestros, que casi es imposible que
nos molesten.
Ocupémonos de la novia de Allen. Su nombre se ha perdido
para nosotros, no lejos de Patricia o Pamela. Fue tal vez morocha y linda.
El poeta niño la quiso con gravedad y
temor. No tenía entonces el cínico aplomo que da el demasiado trato con las
mujeres. Tampoco tenía -ni tuvo nunca- la audacia guaranga de los papanatas.
Las manifestaciones visibles de aquel
romance fueron modestas. Allen creía recordar una mano tierna sobre su mentón,
una blanca vecindad frente a un libro de lectura y una frase, tan solo una: "Me gustás vos." En algun
recreo perdió su amor y más tarde su rastro.
Despues de una triste fiestita de fin de
curso, ya no volvió a verla ni a tener noticias de ella.
Sin embargo siguió queriéndola a lo largo
de sus años. Jorge Allen se hizo hombre y vivió formidables gestas amorosas.
Pero jamás dejó de llorar por la morocha ausente.
La noche en que cumplía treinta y tres
años, el poeta supo que había llegado el momento de ir a buscarla.
Aquí conviene decir que la aventura de la
Primera Novia es un mito que aparece en muchísimos relatos del barrio de
Flores. Los racionalistas y los psicólogos tejen previsibles metáforas y
alegorías resobadas. De ellas surge un estado de incredulidad que no es el más
recomendable para emocionarse por un amor perdido.
A falta de mejor ocurrencia, Allen merodeó
la antigua casa de la muchacha, en un barrio donde nadie la recordaba. Después
consultó la guía telefónica y los padrones electorales. Miró fijamente a las
mujeres de su edad y también a las niñas de doce años. Pero no sucedió nada.
Entonces pidió socorro a sus amigos, los
Hombres Sensibles de Flores. Por suerte, estos espíritus tan proclives al
macaneo metafísico tenían una noción sonante y contante de la ayuda.
Jamás alcanzaron a comprender a quienes
sostienen que escuchar las ajenas lamentaciones es ya un servicio abnegado.
Nada de apoyos morales ni palabras de aliento. Llegado el caso, los muchachos
del Angel Gris actuaban directamente sobre la circunstancia adversa: convencían
a mujeres tercas, amenazaban a los tramposos, revocaban injusticias, luchaban
contra el mal, detenían el tiempo, abolían la muerte.
Así, ahorrándose inútiles consejos, con el
mayor entusiasmo buscaron junto al poeta a la Primera Novia.
El caso no era fácil. Allen no poseía
ningun dato prometedor. Y para colmo anunció un hecho inquietante:
- Ella fue mi primera
novia, pero no estoy seguro de haber sido su primer novio.
- Esto complica las
cosas -dijo
Manuel Mandeb, el polígrafo-. Las mujeres
recuerdan al primer novio, pero difícilmente al tercero o al quinto.
El músico Ives Castagnino declaró que para
una mujer de verdad, todos los novios son el primero, especialmente cuando
tienen carácter fuerte. Resueltas las objeciones leguleyas, los amigos
resolvieron visitar a Celia, la vieja bruja de la calle Gavilán. En realidad,
Allen debió ser llevado a la rastra, pues era hombre temeroso de los hechizos.
- Usted tiene una gran pena -gritó la adivina apenas lo vió.
- Ya lo sé señora... dígame algo que yo no sepa...
- Tendrá grandes dificultades en el futuro...
- También lo sé...
- Le espera una gran desgracia...
- Como a todos, señora...
- Tal vez viaje...
- O tal vez no...
- Una mujer lo espera...
- Ahi me va gustando... ¿Dónde está esa mujer?
- Lejos, muy lejos... En el patio de un colegio. Un patio de baldosas grises.
- Siga... con eso no me alcanza.
- Veo un hombre que canta lo que otros le mandan cantar. Ese hombre sabe algo... Veo también una casa humilde con pilares rosados.
- ¿Qué más?
- Nada más... Cuanto más yo le diga, menos podrá usted encontrarla. Váyase. Pero antes pague.
- Ya lo sé señora... dígame algo que yo no sepa...
- Tendrá grandes dificultades en el futuro...
- También lo sé...
- Le espera una gran desgracia...
- Como a todos, señora...
- Tal vez viaje...
- O tal vez no...
- Una mujer lo espera...
- Ahi me va gustando... ¿Dónde está esa mujer?
- Lejos, muy lejos... En el patio de un colegio. Un patio de baldosas grises.
- Siga... con eso no me alcanza.
- Veo un hombre que canta lo que otros le mandan cantar. Ese hombre sabe algo... Veo también una casa humilde con pilares rosados.
- ¿Qué más?
- Nada más... Cuanto más yo le diga, menos podrá usted encontrarla. Váyase. Pero antes pague.
Los meses que siguieron fueron infructuosos. Algunas
mujeres de la barriada se enteraron de la búsqueda y fingieron ser la Primera
Novia para seducir al poeta. En ocasiones Mandeb, Castagnino y el ruso Salzman
simularon ser Allen para abusar de las novias falsas.
Los viejos compañeros del colegio no tardaron en
presentarse a reclamar evocaciones. Uno de ellos hizo una revelación brutal.
- La chica se llamaba Gomez. Fue mi Primera Novia
- ¡Mentira! -gritó Allen.
- ¿Por qué no? Pudo haber sido la Primera Novia de muchos.
Entre todos lo echaron a patadas. Una tarde se
presentó una rubia estupenda de ojos enormes y esforzados breteles. Resultó ser
el segundo amor del poeta. Algunas semanas después apareció la sexta novia y
luego la cuarta. Se supo entonces que Jorge Allen solía ocultar su pasado
amoroso a todas las mujeres, de modo que cada una de ellas creía iniciar la
serie.
A fines de ese año, Manuel Mandeb concibió
con astucia la idea de organizar una fiesta de ex-alumnos de la escuela del
poeta.
Hablaron con las autoridades, cursaron
invitaciones, publicaron gacetillas en las revistas y en los diarios, pegaron
carteles y compraron masas y canapés.
La reunión no estuvo mal. Hubo discursos, lágrimas, brindis y algún reencuentro emocionante. Pero la chica de apellido Gómez no concurrió.
La reunión no estuvo mal. Hubo discursos, lágrimas, brindis y algún reencuentro emocionante. Pero la chica de apellido Gómez no concurrió.
Sin embargo, los Hombres Sensibles -que estaban allí
en calidad de colados- no perdieron el tiempo y trataron de obtener datos entre
los presentes.
El poeta
conversó con Ines, compañera de banco de la morocha ausente.
- Gómez, claro -dijo la chica-. Estaba loca por Ferrari.
Allen no
pudo soportarlo.
- Estaba loca por mí.
- No, no... Bueno, eran cosas de chicos.
- No, no... Bueno, eran cosas de chicos.
Cosas de chicos. Nada menos. Amores sin cálculo,
rencores sin piedad, traiciones sin remordimiento.
El petiso Cáceres declaró haberla visto una vez en
Paso del Rey. Y alguien se la había cruzado en el tren que iba a Moreno.
Nada más.
Nada más.
Los muchachos del Angel Gris fueron olvidando el
asunto. Pero Allen no se resignaba. Inútilmente buscó en sus cajones algún
papel subrepticio, alguna anotación reveladora. Encontró la foto oficial de
sexto grado. Se descubrió a sí mismo con una sonrisa de zonzo. La morochita
estaba lejos, en los arrabales de la imagen, ajena a cualquier drama.
- ¡Ay, si supieras que te he llorado....!
Si supieras que me gustaría mostrarte mi hombría... Si supieras todo lo que
aprendí desde aquel tiempo...
Una noche de verano, el poeta se aburría con Manuel
Mandeb en una churrasquería de Caseros. Un payador mediocre complacía los
pedidos de la gente.
- Al de la mesa del fondo le canto
sinceramente...
De pronto
Allen tuvo una inspiración.
- Ese hombre canta lo que otros le mandan
cantar.
- Es el destino de los payadores de churrasquería.
- Celia, la adivina, dijo que un hombre así conocia a mi novia...
Mandeb copó la banca.
- Acérquese, amigo.
- Es el destino de los payadores de churrasquería.
- Celia, la adivina, dijo que un hombre así conocia a mi novia...
Mandeb copó la banca.
- Acérquese, amigo.
El payador se sento en la mesa y aceptó una cerveza.
Después de algunos vagos comentarios artísticos, el polígrafo fue al asunto.
- Se me hace que usted conoce a una amiga nuestra. Se apellida Gómez, y creo que vivía por Paso del Rey.
- Yo soy Gómez -dijo el cantor-. Y por esos barrios tengo una prima.
Despues pulsó la guitarra, se levantó y abandonando la mesa se largó con una décima.
- Se me hace que usted conoce a una amiga nuestra. Se apellida Gómez, y creo que vivía por Paso del Rey.
- Yo soy Gómez -dijo el cantor-. Y por esos barrios tengo una prima.
Despues pulsó la guitarra, se levantó y abandonando la mesa se largó con una décima.
- Aca este amable señor
conoce una prima mía
que según creo vivía
en la calle Tronador.
Vaya mi canto mejor
con toda mi alma de artista
tal vez mi verso resista
pa' saludar a esta gente
y a mi prima, la del puente
sobre el Río Reconquista.
Durante los siguientes días los Hombres Sensibles de Flores recorrieron Paso del Rey en las vecindades del río Reconquista, buscando la calle Tronador y una casa humilde con pilares rosados. Una tarde fueron atacados por unos lugareños levantiscos y dos noches después cayeron presos por sospechosos. Para facilitarse la investigación decían vender sábanas. Salzman y Mandeb levantaron docenas de pedidos.
Finalmente, la tarde que Jorge Allen cumplía treinta y cuatro años, el poeta y Mandeb descubrieron la casa.
- Es aquí. Aquí están los pilares rosados.
Mandeb era un hombre demasiado agudo como para tener esperanzas.
- No me parece. Vámonos.
Pero Allen tocó el timbre. Su amigo permaneció cerca del cordón de la vereda.
- Aquí no es, rajemos.
Nuevo timbrazo. Al rato salió una mujer gorda, morochita, vencida, avejentada. Un gesto forastero le habitaba el entrecejo. La boca se le estaba haciendo cruel. Los años son pesados para algunas personas.
- Buenas tades -dijo la voz que alguna vez había alegrado un patio de baldosas grises.
Pero no era suficiente. Ya la mujer estaba más cerca del desengaño que de la promesa.
Y allí, a su frente, Jorge Allen, más niño que nunca, mirando por encima del hombro de la Primera Novia, esperaba un milagro que no se producía.
- Busco a una compañera de colegio -dijo-. Soy Allen, sexto grado B, turno mañana. La chica se llamaba Gómez.
La mujer abrió los ojos y una niña de doce años sonrió dentro suyo. Se adelantó un paso y comenzó una risa amistosa con interjecciones evocativas. Rápido como el refucilo, en uno de los procedimientos más felices de su vida, Mandeb se adelantó.
- Nos han dicho que vive por aquí... Yo soy Manuel Mandeb, mucho gusto.
Y apretó la mano de la mujer con toda la fuerza de su alma, mientras le clavaba una mirada de súplica, de inteligencia o quizás de amenaza.
Tal vez inspirada por los ángeles que siempre cuidan a los chicos, ella comprendió.
- Encantada -murmuró-. Pero lamento no conocer a esa persona. Le habrán informado mal.
- Por un momento pensé que era usted -respiró Allen-. Le ruego que nos disculpe.
- Vamos -sonrió Mandeb-. La señora bien pudo haber sido tu alumna, viejo sinvergüenza...
Los dos amigos se fueron en silencio.
Esa noche Mandeb volvió solo a la casa de los pilares
rosados. Ya frente a la mujer morocha le dijo:
- Quiero agradecerle lo que ha hecho....
- Lo siento mucho... No he tenido suerte, estoy avergonzada, míreme....
- No se aflija. El la seguira buscando eternamente.
Y ella contestó, tal vez llorando:
- Yo también.
- Algun día todos nos encontraremos. Buenas noches, señora.
- Quiero agradecerle lo que ha hecho....
- Lo siento mucho... No he tenido suerte, estoy avergonzada, míreme....
- No se aflija. El la seguira buscando eternamente.
Y ella contestó, tal vez llorando:
- Yo también.
- Algun día todos nos encontraremos. Buenas noches, señora.
Las aventuras verdaderamente grandes son
aquellas que mejoran el alma de quien las vive. En ese único sentido es
indispensable buscar a la Primera Novia. El hombre sabio debera cuidar -eso sí-
el detenerse a tiempo, antes de encontrarla.
El camino está lleno de hondas y entrañables tristezas. Jorge Allen siguió recorriéndolo hasta que él mismo se perdió en los barrios hostiles junto con todos los Hombres Sensibles.
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