El ómnibus se
detuvo en el kilómetro doscientos once. Marisa bajó y el chofer también, para
entregarle su equipaje. Cuando el ómnibus retomó su marcha Marisa empezó a
caminar. Eran parajes de tierras rojizas. Ignoro por qué tenían este color; en
verdad no sé nada de geología.
Marisa caminó un
par de kilómetros y se sentó a descansar sobre su equipaje. Ignoro si hacía
calor o frío porque no sé nada de meteorología (además yo no estaba allí).
Marisa quería levantarse y seguir su camino, pero tenía dolores en la pelvis.
Nada puedo decir, por desgracia, sobre el origen de estos dolores, porque
carezco de los más elementales conocimientos de ginecología.
Marisa hizo acopio
de fuerzas y se levantó. Para orientarse mejor sacó de su bolso unos
binoculares (o quizá fuera un catalejo; no sé nada sobre instrumentos ópticos)
y echó una ojeada a los confines de su visibilidad. Avistó una figura humana,
mosqueando en el horizonte. Caminó hacia ella. La figura caminaba a su vez
hacia Marisa. Esto es lo que creo, aunque no me respalda en ello ningún
conocimiento de geometría.
Unos minutos
después la figura se hizo reconocible para Marisa. Era un hombre. Andaba casi
desnudo y estaba peinado y maquillado con arreglo a las normas vigentes en el grupo
humano, tribu, clan o a lo que fuera que él pertenecía. No quiero dar detalles
sobre esto por miedo a meter la pata, ya que no sé absolutamente nada de
antropología.
Cuando lo tuvo
cerca, Marisa sacó su cámara fotográfica. Creo que se puso a regular el
fotómetro, y no sé cuántas cosas más. Marisa era una excelente fotógrafa, pero
yo no solamente no lo soy sino que no tengo la más puta idea de cómo se saca
una foto. Parece que aquel hombre tampoco la tenía, porque cuando vio el
artefacto se asustó. Se acercó a Marisa y le arrancó la cámara de las manos. No
conforme con esto, le arrancó también la ropa y —ya con más delicadeza— se sacó
él mismo la poca que traía puesta.
Entonces ocurrió
algo que me veo incapacitado de describir, quizá por falta de experiencia
personal en la materia. No sé nada sobre sexo, y creo que por ahí corría el
asunto. (Perdón si en algún momento me expreso de forma confusa o incorrecta;
es que no sé nada de gramática.) En verdad la única disciplina que domino es la
literatura. Sinceramente, creo que sé más que nadie en esta materia. Pero ya no
puedo escribir más, lo siento. Mi falta de formación en otras disciplinas me lo
impide, interponiéndose constantemente entre mi pluma y mis lectores. Esta
traba merecería de mi parte, sin duda, un profundo estudio, pero yo no lo puedo
hacer porque no sé nada de epistemología.
Sólo me queda entonces decir adiós, y gracias (no
sé si corresponde despedirme así; perdón, pero es que no sé nada sobre
modales).
de Leo Masliah
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